"...Es ese frío que entra por la ventana, mas menos 6 de la mañana y te obliga a taparte (con toda la sábana). No quieres salir de ahí." (Amanecer, 2012)
Sí, aproximadamente así retrato la situación. Que si de tropiezos se habla soy la que pateó todas las piedras con la frente, molí mis huesos con el peso de mis desgracias (digamos, malas decisiones, peores consecuencias). Te pasa que después de caer tanto, el golpe te duele menos, te sientes duro y patente como un tronco. Eso no quiere decir que el alma no llore, pero te da coraje y obligas al tiempo que se detenga. Generas esa espectación en tu público fantasma, vacío, pero atento de tu próximo paso. Caminas erguido, el pecho inflado y la frente en alto. Es ahí cuando te invade el frío que te conté, ese miedo. (no sé como rayos corté estos dos trozos de papel exactamente iguales). Ese frío te baja y te hace vibrar las rodillas. Tu paso cada vez es más lento y las pupilas van perdiéndose a medida que absorben toda la luz del estrellado momento.
Pero algo pasa, de echo, siempre pasa. Pocos cuentan la historia manteniéndose dignos hasta el final. A mi no me interesa la dignidad ahora, así que te lo cuento porque soy tan boba como tú. Y claro, como te decía, sabes que eres el n° 647839139245472839023394873482 que tendrá que decirle a la piedra que se espere unos segundos, en otro caso, te sientas a negociar con una vil y silenciosa piedra a ver si se corre y te zafa de la caída. Como te dije, aquí este famoso frío te paraliza, el miedo hace pierdas todo tu galante coraje, no sabrás si logras apartar la piedra del camino, o ella insignificante se clava en tu carne y te hiere, o bien te prepara para el barro.
Ese frío que te digo, perturbador, que caminos de orgullo los vuelve vergonzosos y fracasados. Te das media vuelta y se acaba la función. Lo siento, público, pero tenemos problemas técnicos en el camino.
Como te decía, el frío, las 6 am., te tapas y no quieres ver a nadie. Te vas condenado voluntariamente a tropezar otra vez con la misma piedra.
Qué cosas, ¿no?
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